"Se me desenterró un lenguaje"
Saramago habla en este reportaje exclusivo sobre su nueva novela, El viaje del elefante, cuyo estilo debe en gran parte a una enfermedad que lo tuvo entre la vida y la muerte. Además del relato, el libro puede ser interesante para el lector, dice, porque está escrito en un lenguaje nuevo, desconocido.
Ezequiel Martínez, Ñ Revista de Cultura - 22/11/2008A entrevista pode ser recuperada e consultada aqui
em http://edant.revistaenie.clarin.com/notas/2008/11/22/_-01806877.htm
"Mi casa es mi castillo", me había dicho el día anterior José Saramago. Sólo allí logra algo semejante a un refugio levantado con muros de palabras: "Lo que más disfruto, ahora mismo, es el simple acto de estar escribiendo", aclaraba al mediodía siguiente en el "castillo" que tiene en Madrid, un departamento que más que una casa, funciona como una posada de paso durante sus trajines por el mundo. Sin embargo, el lugar está tapizado de recuerdos, fotografías, libros... Pilar del Río, la esposa y traductora al español de la obra de Saramago, se encarga de que el dúplex madrileño –al que no regresaban desde hacía un año– no tenga la apariencia de un hogar de utilería.
Dos veces había venido a este edificio y las dos veces me perdí. Aunque está en pleno centro de la capital española, en un punto intermedio entre el Mercado de Fuencarral y la Gran Vía, la calle De la Madera se esconde en la cartografía más enredada de la ciudad. Como si deliberadamente los Saramago hubiesen querido despistar a los intrusos. Es que desde hace exactamente diez años, cuando se convirtió en el primer escritor de habla portuguesa –y hasta ahora el único– en recibir el Premio Nobel de Literatura, Don José no ha parado: "Se parte del principio de que el escritor tiene que tener una opinión sobre todo, y si ese escritor es un Premio Nobel, bueno... los pedidos de opinión llegan hasta la estratósfera", se resigna el autor de Memorial del Convento.
El dice que la opinión que vale es la que da como ciudadano. Uno que acaba de cumplir 87 años y una decena de novelas. La más joven, El viaje del elefante, estará a fines de noviembre en casi todas las librerías de habla hispana. Esa era la excusa para esta entrevista, que de manera inevitable navegó también por la vida y por la muerte.
Un año atrás, luego de un viaje a Buenos Aires para participar como jurado del Premio Clarín de Novela, la salud del escritor se complicó con una neumonía que lo dejó suspendido en una frontera de la que casi no regresa. Hubo mucho de ese viaje en esta charla, anudado a otro, el del elefante Salomón que protagoniza este nuevo libro, cuya travesía de Lisboa a Viena en el siglo XVII es un hecho histórico que Saramago visitó de ficción.
–Muchas veces usted contó que lo primero que tenía de una novela era el título...
-Bueno, primero quiero decir que yo no la llamo novela, y tampoco es un cuento. El lector decidirá lo que es este libro. Pero en este caso lo primero no fue el título, y no le encontraría otro aunque lo buscara. ¿Qué es lo que cuento aquí? Simplemente el viaje que en el siglo XVII hace el elefante que el rey Juan III de Portugal le regala a Maximiliano, archiduque de Austria. Es una historia real, que sucedió, y no podía tener otro título que El viaje del elefante .
-¿Qué dificultades encontró a la hora de poner a un animal como protagonista del relato?
-Mira, hay algo que para mí quedó clarísimo desde el principio, y es que yo no podía ni debía antropomorfizar al elefante. Cada vez que se habla en la literatura de animales, el autor cede a la tentación inmediata de poner sentimientos humanos en los animales. Esto ocurre constantemente, y mi preocupación para no hacerlo partió de algo muy sencillo que me dije a mí mismo: "Tú no sabes lo que es ser un elefante. ¿Vas a poner el elefante a pensar, a pensar cómo?" Un ser humano se puede decir que piensa con palabras, y si no es con palabras, sabemos que aquello que está pensando se puede traducir en palabras. ¿Se puede decir lo mismo de un elefante? Esa es una manía nuestra. Nosotros tenemos un perro, por ejemplo, y aunque creemos saber lo que es un perro, no lo sabemos. No sé lo que pasa dentro de esas cabezas. Yo sé que mi perro Camoes me quiere, pero qué es lo que significa que yo diga "Mi perro me quiere". No sé lo que pasa por esa cabeza. Yo he llorado con la muerte de uno de mis perros, ¿pero lloraría él si yo me muriera? No, que se sepa los perros no lloran. Entonces uno cae en la tentación de la antropomorfización del animal. Eso me preocupaba desde el primer momento en que se me ocurrió este libro: todo, menos poner al elefante a pensar. Concluyendo: el elefante es otro, y yo no tengo el derecho a transformarlo en algo más cercano a mí.
-Otro detalle ajeno a sus costumbres es la de haber adelantado un fragmento del libro. Además lo hizo a través de las páginas de su blog.
-Siempre he sido contrario a los adelantos en los periódicos o las revistas, siempre. En Portugal siempre me lo piden y nunca lo he permitido. Lo del anticipo en el blog no fue idea mía sino de Pilar, y aunque sigo sin estar muy de acuerdo, ella ha puesto un fragmento que está muy bien elegido. Habla de un hombre no identificado que se pierde en medio de la niebla, y que se salva al escuchar al elefante. Para Pilar es como una premonición de mi enfermedad. Eso es lo que piensa ella, y se puede discutir, pero hay cierto fundamento de verdad. Esa escena fue escrita después de que yo saliera del hospital, y por lo tanto llamar premonición a algo que de hecho había ocurrido, parece una contradicción...
-Se refiere al personaje que logra atravesar una niebla muy espesa al escuchar el barrito del elefante que lo orienta para reunirse con la caravana de soldados que había perdido.
-Sí, pero en realidad ese hombre no escucha nada, porque el elefante no ha soltado ningún barrito. Todo eso pasa en la cabeza de un señor que está perdido y que en el fondo cree que está pasando algo que no está pasando.
-Lo salva eso que está imaginando... Pilar me comentaba que mientras usted estuvo internado también escuchaba un llamado.
-Bueno, si seguimos con esto de la premonición, y aunque a Pilar no le guste el símil, el elefante en ese caso era ella. Una noche, en la clínica, en medio de las pesadillas más horribles que he tenido en toda mi vida, ocurrió que yo la llamaba a los gritos, pero eran gritos dentro de mi cabeza.
-¿Recuerda esas pesadillas?
-Sí, las recuerdo, pero son demasiado desagradables como para ser reproducidas...
-¿Tenían que ver con el temor a la muerte?
–No, directamente no. Además, a lo largo de esta enfermedad, en ningún momento he tenido eso que llamamos temor a la muerte, nunca. Al contrario, lo que quedó es una serenidad que yo podría explicar de esta manera: si me hablan de la muerte, yo podría contestar: "Sí, ya la conozco".
-Uno está tentado a sugerir que aquellos gritos dentro de su cabeza eran del elefante Salomón, que le pedía siguiera contando su historia.
-Yo ya tenía unas cuarenta páginas escritas antes de internarme. Cuando los médicos me dieron el alta, la verdad es que veinticuatro horas después de llegar a casa ya estaba escribiendo otra vez. Tenía clarísimo adónde quería llegar, cómo llegar. Puede sorprender –y creo que es muy legítimo que sorprenda– cómo es que un libro cuya escritura coincide con un período tan difícil de mi vida, con una enfermedad que podía ser mortal, puede estar tan lleno de buen humor, pueden ser halladas tantas ironías...
-¿Y a qué lo atribuye?
–Me da mucha pena que no hayan sido registrados los diálogos que mantenía con los médicos en la clínica. Eran unos diálogos con una total libertad de expresión y de lenguaje; yo me permitía lo que podría ser considerado como una falta de respeto: ser irónico con ellos, y en algunos casos hasta sarcástico. A veces me pregunto –y no sé cómo contestarlo– de dónde surgía esta especie de duplicación de mi mentalidad: era un señor que estaba gravemente enfermo, y otro que se permitía una absoluta libertad de lenguaje.
-Algo así como "el hombre duplicado", el título de una de sus novelas.
-Es que efectivamente algo había pasado en mi cabeza durante esa enfermedad. A lo largo de una vida –y en mi caso de una vida larga como persona y como escritor–, uno se reconoce por su lenguaje. Pero durante la existencia se van acumulando sedimentos de todo, incluso del lenguaje. Hay palabras y giros que desaparecen, que dejamos de usar, entonces viene otro sedimento que se superpone al sedimento anterior... Ahora, ¿qué es lo que me parece que ha sucedido? La enfermedad ha hecho aparecer en la superficie sedimentos que estaban ahí debajo, soterrados, sepultados... Esto ocurría también en el proceso mismo de la escritura: ciertas palabras, giros y expresiones que yo creía olvidados, aparecían con toda naturalidad, no es que yo los buscara con la intención de hacer algo diferente, no... Por eso pienso que además del interés que tenga el libro por la historia que cuenta, creo que uno de los motivos de atención particular del lector tendrá que ver con este lenguaje. Es un lenguaje distinto.
-En un momento del libro, el comandante portugués encargado del traslado del elefante desde Lisboa, dice: "Algo me ha mudado por dentro en este viaje". ¿Este viaje suyo también le mudó algo por dentro?
-Eso siempre se puede decir. Se cambia dentro de lo que se es, y yo sigo siendo el que era. Ahora, lo que me gustaría es que el lector, a la hora de leer el libro, sintiera eso, que está viajando... ¿Pero en la figura del archiduque? No. ¿En la del cornaca? Ni siquiera, aunque podría ser... Pero lo que me gustaría que el lector pensara es: "Este elefante soy yo". El epígrafe del libro, de un supuesto "Libro de los Itinerarios", dice: "Siempre llegamos adonde nos esperan". Y la pregunta es inevitable: "¿A qué se refiere eso?" Y la respuesta sólo puede ser una: a la muerte. Siempre llegamos a la muerte, ahí nos están esperando.
-La religión es otro tema presente. Se habla de la Inquisición, también hay una discusión casi teológica sobre la Santísma Trinidad que concluye con esta frase: "Dios es el elefante".
-Podría ser... Pero mira, yo no creo que haya podido existir alguna vez un dios, y cuando digo esto no me refiero únicamente al Dios de los cristianos, sino a cualquier dios. No hay dioses, los hemos inventado porque los necesitábamos. Pero como de todos modos le tememos a la muerte, si podemos creer que de una forma u otra habrá una existencia después de ella, entonces encantados. Pero para eso se necesita alguien superior, esa especie de autor primordial que permite que esto siga funcionando, y ese sería Dios. No creo y nunca lo he creído. En un universo en donde hay 400 mil millones de galaxias, y cada galaxia, según mis cálculos, tiene millones de estrellas, y cada estrella tiene sus sistemas de planetas en ese vacío total del universo... Bueno, bueno, si yo fuera Dios, habría inventado un universo menos complicado, más cómodo, más confortable. Es decir, me parece absurdo. Yo hablo tanto de religión porque me cuesta trabajo comprender, además por qué, si yo tengo una religión, estoy obligado a odiar a la gente de otras religiones. No debería sorprender, porque los que siguen al Real Madrid no pueden ni pensar en los que siguen al Barcelona. Si esto sucede en algo tan rudimentario como el fútbol, qué es lo que no ocurriría si yo creo en un dios y no puedo soportar la esencia de alguien que cree en otro dios. Es la prueba de que en el fondo somos bastante estúpidos, con todo respeto. Por eso a veces digo que el mundo sería mucho más pacífico si todos fuéramos ateos.
-Usted dijo que le gustaría que la gente lo recordara como el autor del personaje del perro que enjuga las lágrimas de una mujer en "Ensayo sobre la ceguera". ¿Sigue pensando lo mismo?
-Sí, claro, eso es algo que responde a un sentimiento más profundo de lo que parece. Cuando digo que si yo tuviera que ser recordado por algo, me gustaría que me recordaran como el creador del perro de las lágrimas, primero porque creo que a nadie se le ocurrió que en una situación como aquella, terrible, de hambre y de búsqueda de alimentos todos contra todos, un perro que se acercara a una mujer desesperada sentada en el suelo llorando, y que en un gesto de compasión, le secase las lágrimas con la lengua... Pues sí, creo que he añadido algo nuevo a las situaciones que transitan de una obra a otra, de un autor a otro, en eso que llamamos cuento, o novela... "
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