Perguntam-me não raras vezes:
- "Qual o livro de José Saramago que mais gostaste de ler?"
A resposta que pode ser dada a cada momento:
- "Impossível de dizer... não sei responder, não seria justo para com outros (livros) não nomeados. Mas uma coisa sempre soube. Uma obra de Saramago, enquanto "pseudo ser vivo" ou com "gente dentro" tem que me raptar, prender-me, não me deixar sair de dentro das suas páginas. Fazer de mim um refém, e só me libertar no final da leitura... mesmo ao chegar à última página. Aí, o "Eu" leitor que se mantém refém, liberta-se da "gente que a obra transporta dentro" e segue o seu caminho.
Mas segue um caminho que se faz caminhando, conjuntamente com mais uma família"

Rui Santos

sábado, 23 de dezembro de 2017

"Las bombas pacíficas de José Saramago" crónica sobre a obra inacabada "Alabardas" publicada no "La Verdad" (Murcia Espanha - 30/09/2014)

"Las bombas pacíficas de José Saramago
La novela inconclusa del Nobel luso aborda la industria y el tráfico de armas"

A presente crónica publicada no "La Verdad" (Murcia Espanha - 30/09/2014) pode ser consultada e recuperada aqui 
em http://www.laverdad.es/alicante/culturas/libros/201409/30/bombas-pacificas-jose-saramago-20140930015820-v.html



«Esta bomba no explotará». Este sucinto mensaje en portugués apareció escrito en un papel en el interior de una bomba lanzada contra tropas del Frente Popular en Extremadura, durante la 'incivil' guerra española. Desde que el escritor José Saramago tuvo noticia de esta leyenda de un fabricante de bombas tan bondadoso como para sabotear sus mortíferas manufacturas, comenzó a latir en su mente una historia que maduró durante años y que solo la muerte le impediría concluir. Se titula 'Alabardas', llega inconclusa al lector mañana miércoles y es una reflexión sobre la industria y el tráfico de armas que Alfaguara publica cuatro años después de la muerte del Premio Nobel de Literatura portugués.

«Con 'Alabardas' acaba la obra del hombre que no quiso morir sin haberlo dicho todo», apunta Pilar del Río, viuda del escritor, su albacea literaria y responsable de la Fundación Saramago en Lisboa. Asegura la periodista española que no es «una novela sobre la guerra» y sí «un canto al activismo de quienes quieren cambiar lo establecido, lo que se asume como inevitable».

Ilustrada con estremecedores grabados alusivos a los horrores bélicos de otro premio Nobel, el alemán Günter Grass, el relato inacabado de Saramago se completa con textos del italiano Roberto Saviano, autor de 'Gomorra', y del poeta y ensayista Fernando Gómez Aguilera.

'Alabardas' narra la historia de Artur Paz Semedo, un gris trabajador de una fábrica de armamento ligero y municiones fascinado por las piezas de artillería. Felicia, la mujer que fue su esposa y lo abandonó, de fuerte carácter, inteligente y pacifista militante, le incitará a emprender una investigación en su propia empresa.


Tres capítulos

José Saramago, que se preguntó siempre por qué jamás hay huelgas en la industria armamentística, dejó escritos apenas tres capítulos de lo que se ha convertido en su novela póstuma. Esbozó el nudo argumental, perfiló a los dos protagonistas y planteó nuevas preguntas en su permanente y comprometida vocación de agitar conciencias. Era muy consciente de que sería su última ficción, de que la enfermedad que le alejó del ordenador durante ocho meses tras iniciarla le impediría culminar este desafío narrativo. «A este paso tal vez haya libro en 2020», ironizó en su cuaderno en diciembre de 2009, sabedor de que la implacable cuenta atrás estaba en marcha. «Corregí los tres primeros capítulos (es increíble cómo lo que parecía bien lo ha dejado de ser) y aquí hago promesa de trabajar en el nuevo libro con mayor asiduidad. Saldrá al público el próximo año si la vida no me falta», había escrito en el mismo cuaderno en octubre. Llego a anticipar la frase final, «un sonoro 'Vete a a la mierda'» proferido por la mujer de Artur Paz y que para Saramago era «un remate ejemplar».

La evolución del pensamiento del protagonista sirve para reflexionar sobre el lado más sucio de la política internacional, un mundo de intereses ocultos que subyace en la mayor parte de los conflictos bélicos del siglo XX. Abunda en el debate sobre la carrera armamentística y sus fatales consecuencias en un mundo incendiado de nuevo por confrontaciones bélicas un siglo después de la Primera Guerra Mundial.

También sirve de inspiración para que Fernando Gómez Aguilera y Roberto Saviano den continuidad a estas páginas y ofrezcan su particular visión sobre las cuestiones que se plantean en la fábula que el laureado escritor portugués quiso titular 'Alabardadas, alabardas. Espingardas, espingardas', frase de una tragicomedia de Gil Vicente, 'Exortaçao de guerra', escrita hace cinco siglos.

Para Roberto Saviano, estas páginas póstumas de Saramago son «una orquesta de revelaciones» y «un manual de traducción de sonidos, percepciones e indignaciones». De «un Saramago en estado puro hasta la última de sus letras» habla Fernando López Aguilera. Elogia unas palabras «que no pudieron ser escritas en el lugar al que la voluntad las había destinado, pero que aún hoy resuenan desde la libertad de su poderosa conciencia incómoda, irremplazable».

José Saramago (Azinhaga 1922- Lanzarote 2010) fue uno de los escritores portugueses más conocidos y universalmente apreciados en la segunda mitad del siglo XX. La academia sueca le concedió el Nobel de Literatura en 1998 por un carrera que comenzó muy tarde y en la que figuran títulos tan esenciales como 'El año de la muerte de Ricardo Reis', 'El evangelio según Jesucristo', 'Memorial del convento', 'La balsa de piedra', 'Ensayo sobre la ceguera', 'Claraboya' o 'Caín', la última novela que Saramago vería publicada en vida y que establece un fuerte nexo con 'Alabardas'.


"José Saramago Nas suas palavras" edição de Fernando Gómez Aguilera

Além de escrever, e de fazê-lo da melhor forma que puder, [o escritor] não deve jamais esquecer que, além de escritor, ele é um cidadão; e, em sua atuação como cidadão, não deve esquecer que é um escritor. Não consigo entender o que leva um escritor a achar que seu compromisso pessoal se restringe exclusivamente à literatura e à sua obra. É o retorno ao egoísmo e à presunçosa torre de marfim. Talvez seja esse o maior dos erros dos últimos vinte anos, embora, por sorte, esses exercícios de autocomplacência estejam desaparecendo a partir da guerra da ex-Jugoslávia. O escritor não é um guia ou um político, e não pode viver, de forma esquizofrenica, separado do cidadão.

“José Saramago: ‘El mundo se está quedando ciego’”
"La Verdad", Murcia (15 de março de 1994) Entrevista a Gontzal Díez

Recuperação da entrevista de Judite de Sousa (RTP2) a José Saramago (Dez./98)

José Saramago, Prémio Nobel da Literatura 
(Entrevista de Judite de Sousa, RTP2, Dezembro 1998)

Via YouTube, pode ser assistido e recuperado aqui

"Reading Saramago in Portugal" de Prathap Nair, publicado no "The Hindu" (13/12/2017)

A crónica "Reading Saramago in Portugal" de Prathap Nair foi publicada na edição online do jornal "The Hindu" em 13/12/2017 e pode ser recuperada e consultada aqui 
em, http://www.thehindu.com/life-and-style/travel/literature-is-a-great-way-of-getting-to-know-a-city-and-discovering-new-places/article21576918.ece

"On a blindingly sunny morning in Lisbon. I walked into the memorial house of Portugal’s Nobel Prize-winning writer Jose Saramago. Though I have only heard about and never read Saramago’s widely acclaimed works, I always try to familiarise myself with the works of authors of the country I travel to.

Besides, Saramago is unmissable presence in the last surviving book stores across Lisbon that prominently display the English translation of his books. (One is a fascinating retelling of Jesus’ life called The Gospel According to Jesus Christ.) Inside the memorial, at the book store, it didn’t take me long to finalise what I’d buy — his tome of travels across Portugal called Journey to Portugal.

Sometimes these purchases are not more than just a cliché, but it’s an affordable work of art that lets me in on the secrets of a city or country. I have bought Armistead Maupin’s Tales of the City in San Francisco. At the pulsating heart of Kathmandu’s Durbar Square, Nepal, I bought a book about Nepal’s child goddesses called The Living Goddess. Clichés, didn’t I tell you?

In Mongolia, due to the lack of availability of English translations, I bought American journalist Michael Kohn’s account of living in the country called Dateline Mongolia, and devoured it inside the confines of a grubby Soviet-era train compartment, as the train chugged along, across the country.

Places and people

One also wants to be let in on the spaces and people once populated by the writer’s imagination. The fascination to travel into the writer’s mind has also taken me to unknown places close to home and far, far away. Sometimes, one looks for surviving hints of the writer’s imagination as fictional spaces in the novel seamlessly transcend into tangible reality. I went looking for Orwell’s ghost in northern Myanmar’s Katha that opened for tourism barely two years ago and found a village that has perhaps changed little since Orwell’s time. Closer home, I made a pilgrimage through the imagined spaces of OV Vijayan’s The Legends of Khasak (Khasakkinte Itihasam in Malayalam), set in the village of Thasarak near Palakkad. Among the rain-soaked paddy fields was the granary where Vijayan’s protagonist Ravi lived and taught in the nearby school, the classroom of which overlooked a pond rich with water birds and pink lotuses. Try as I might, I couldn’t imagine another fulfilling travel experience.

At the same time, the horrors of mass tourism that the popularity of a book or a movie can bring along can be hard to mend. An Italian I met in Lisbon told me she hailed from Cinque Terre— a cluster of five villages along the Italian coastline. It has been romanticised in the collective imagination of readers across the world because it is the setting of a richly imagined romance between an unassuming local and a Hollywood movie star. “Oh my god, that book has brought so many Americans to my town,” she squealed, shaking her head not entirely in delight when I told her I wanted to visit.

Flipping through the initial few pages of Saramago’s book, I stumble upon a passage and take a moment to let the meaning of it all sink in. “…the traveller continues sharpening his powers of observation so that nothing may get lost and everything prove to be of benefit…” Come to think of it, most of us (me included) are doing that now on Instagram."

Um conto de Natal de José Saramago - "História de um muro branco e de uma neve preta"

Um conto de Natal de José Saramago 
"História de um muro branco e de uma neve preta"

"Não haveria nada mais fácil no mundo das histórias que escrever um conto de Natal com Menino Jesus ou sem ele, se não fosse dar-se o caso de que uma criança que nasce está sempre nascendo. O nosso grande erro, esquecidos como em geral andamos das infâncias que vivemos, foi pensar que as crianças nascem uma única vez e que depois de nascidas se limitam a ficar à espera de que o tempo passe e as transforme em adultos, os quais, como deveríamos saber, constituem uma espécie diferente de seres humanos. A criança começa por nascer uma vez, que é a de vir ao mundo, e depois continua a nascer para compreendê-lo: não tem outro remédio nem há outra maneira. Como se verá pelas duas breves histórias que se seguem, ambas autênticas, ambas verdadeiras. 

A terra, àquela hora, cobria-se de uma noite tão escura que parecia impossível que dela pudesse nascer o Sol. Não tem chovido, as tempestades andam por longe, o rio descansa da sua primeira cheia de Inverno, os charcos são de mercúrio. O ar está frio, parado, e estala quando respiramos, como se nele se suspendesse uma ténue rede de cristais de gelo. Há uma casa e luz lá dentro. E gente: a Família. Na lareira ardem grossos troncos de lenha de donde se desprendem, lentas, as brasas. Quando à fogueira se lhes juntam gravetos, ramos secos, um punhado de palha, a labareda cresce, divide-se em trémulas línguas, sobe pela chaminé encarvoada de fuligem, ilumina os rostos da família e logo volta a quebrar-se. Ouve-se o ferver das panelas, o frigir do azeite onde bóiam as formas redondas das filhós, entre o fumo espesso e gorduroso que vai entranhar-se nas traves baixas do telhado e nas roupas húmidas. São talvez nove horas, a modesta mesa está posta, o momento é de paz e de conciliação, e a Família anda pela casa, confusamente ocupada em pequenos trabalhos, como um formigueiro.

Não tarda que saiam todos para o quintal. Vai ser lançado ao ar o foguete de três respostas, esse que, cumprindo a tradição, anunciará aos vizinhos que naquela casa já a última filhó saiu do tacho, a escorrer, e foi cair no alguidar profundo onde aguardará o retoque final da canela e da calda de açúcar. Entre portas, a Criança vê a Família a sorrir fazendo e desfazendo grupos em torno do avô, que sopra um tição trazido da lareira e o aproxima do cartucho de pólvora amarrado ao caniço. Tinha pedido que o deixassem ajudar, mas responderam-lhe como das outras vezes: “Ainda és muito pequeno, para o ano que vem”. A Família tem razão: é preciso ter cuidado com as crianças.

A pólvora inflama-se bruscamente, lança um jacto de fagulhas vivíssimas, silva como uma serpente, e logo é um dragão rugindo que sobe para o ar gelado, corta-o como uma espada de fogo, e lá muito no alto, quase tocando as primeiras estrelas, estala, estraleja, cobrindo os ecos de outro foguete distante. O caniço desce com uma luz mortiça que desmaia, e vai cair longe, nos olivais que rodeiam a casa, sobre as ervas cobertas de geada. Com este tempo não há perigo de que pegue fogo às árvores. De súbito, a Família diz que está frio e volta para casa, levando entre os braços, entre os anéis, entre os tentáculos, a Criança a quem não deixaram ajudar a lançar o foguete. Tinham deixado a porta aberta, o interior da cozinha arrefecera. A Avó acode a espalhar na fogueira uma mão-cheia de aparas, desgalha um ramo seco de oliveira, parte-o com as mãos calejadas, mas é com suavidade que depois chega os troços à chama, como se estivesse a alimentá-la. O lume hesita, escolhe o lado mais acessível da lenha, e depois, indiferente, alheado, a pensar noutra coisa, recomeça o seu eterno ofício de fabricante de cinzas.

A Família gira em redor da mesa, arruma-se nas poucas cadeiras que há, trazidas algumas de outras casas, uns quantos escabelos pouco firmes, um caixote velho posto em pé. Os rostos estão sorridentes e corados, e têm nomes e apelidos, mas, para a Criança, são, antes de tudo, os Pais, os Avós, os Tios, os Primos, um enorme e complicado corpo de animal que lhe lembra a história da Bicha-de-Sete-Cabeças ou o Dragão-Que-Não-Dorme. Sobre a mesa trava-se uma gesticulação ruidosa de facas e garfos, de mãos, de dentes, uma contínua mastigação que deforma os rostos e engordura as bocas. Contam-se casos, anedotas, todos riem. O frio está lá fora, e a geada, e a noite impenetrável. A Criança anima-se, já esqueceu a decepção, para o ano talvez a deixem lançar o foguete sozinha. Também tem uma história para contar, só está à espera duma pausa, dum momento mágico em que todos se calem, acaso emudecidos por um anjo que passou deixando apenas a imagem de um dedo imperioso sobre os lábios cerrados. O momento está a chegar por fim, uma a uma calam-se as bocas da Família, é agora ou nunca, a Criança inspira fundo, rompe o silêncio, começa a falar. A Família olha surpreendida, dá alguma atenção, mas não muita nem por muito tempo, não dura, não pode durar, as vozes regressam do silêncio, e é o Pai que lhe corta a narrativa com uma frase que faz rir toda a gente. Uma frase que vai fazer chorar a Criança. Porque o Menino, a Criança é um menino, levanta-se da mesa, abre a porta, separa-se da Família e desce os três degraus de pedra que conduzem ao mundo. Ali adiante há um muro caiado, baixo, com uma varanda dando para terras ignotas. A Criança vai debruçar-se sobre o muro, deixa cair a cabeça sobre os braços cruzados, e o terrível nó das lágrimas desata-se dentro de si. Da casa vêm risos e vozes, alguém fala muito alto, e depois ressoam gargalhadas. Ninguém está pensando na Criança.

Faz muito frio. Visto daqui, o céu parece estar feito de veludo negro. E há as estrelas. Duras, nítidas, implacáveis, quase ferozes. A Criança levanta os olhos. Lá estão elas a brilhar. Olhadas através das lágrimas, as estrelas são diferentes. Mundo estranho, estranho mundo, este. Sob os passos da criança, o chão duro e gelado range, E, em frente, as árvores negras, misteriosas, onde à noite os grandes medos se vão esconder, tomam o ar confidencial de quem conhece todos os segredos futuros, a hora e o lugar onde acontecerá o terceiro nascimento e o quarto, e o quinto, todos os aqueles que ainda esperam a esta Criança, até mesmo quando de havê-lo sido já não lhe restar memória.

As Crianças estão sempre a nascer. Às vezes nascem de explosivas alegrias, de achados incríveis, de deslumbramentos únicos, mas o mais frequente, uma vez após outra, é nascerem de cada tristeza sofrida em silêncio, de cada desgosto padecido, de cada frustração imerecida. Há que ter muito cuidado com as Crianças, nunca me cansarei de o dizer. Um dia uma Professora teve uma ideia de Professora e mandou os seus alunos que fizessem uma composição plástica sobre o Natal. Claro está que não empregou esta linguagem, o que disse foi: “Façam um desenho sobre o Natal. Usem lápis de cores, ou aguarelas, ou papel de lustro, o que quiserem. E tragam na segunda-feira”. Uns com lápis, outros com aguarelas, outros com papel recortado, alguns pintando com os dedos, todos cumpriram o melhor que puderam. Apareceu tudo quanto é costume nestes casos: o presépio, os reis magos, os pastores, São José, a Virgem e, inevitavelmente, o Menino Jesus. Bem feitos uns, mal feitos outros, toscos ou esmerados, os desenhos caíram na segunda-feira em cima da secretária da Professora. Ali mesmo ela os viu e lhes pôs nota. Ia marcando “bom”, “mau”, “suficiente”, como se com esses juízos os marcasse para a eternidade. De repente. Ah, quantas vezes ainda teremos de dizer que é preciso muito cuidado com as crianças! A Professora segura um desenho nas mãos, um desenho que não é melhor nem pior que os outros. Mas ela tem os olhos fixos, está confusa, perturbada: o desenho mostra a invariável manjedoura, a vaca e o burrinho, e toda a restante figuração. Sobre esta cena já sem mistério cai a neve, e esta neve é preta. Porquê?
“Porquê?”, perguntou
a a Professora à Menina que fez o desenho. A Menina não responde. Talvez mais nervosa do que quereria mostrar, a Professora insiste. Há na sala os risos cruéis e os murmúrios de troça que sempre aparecem em ocasiões destas. A Menina está de pé, muito séria, um pouco trémula. E responde, por fim: “Pintei a neve preta porque foi nesse Natal que a minha mãe morreu”. Fez-se silêncio e a Professora pensou, assim o veio a contar mais tarde: “À Lua já chegámos, mas quando e como conseguiremos chegar ao espírito duma criança que pintou a neve preta porque a mãe lhe morreu?”.

Muitos anos depois destas histórias terem acontecido, contei-as a uma outra Menina, que me perguntou: “E eles ainda estão tristes?”. Nessa altura disse-lhe que sim, que há tristezas que o tempo não consegue apagar, mas hoje conforta-me a ideia de que talvez o Menino do Muro Branco e a Menina da Neve Negra se tenham encontrado na vida, e que talvez por causa deles o mundo já esteja a mudar sem que nós tenhamos dado por isso."

Observação
"Este conto (se o é) tem a sua origem em duas crónicas, “Um Natal Há Cem Anos” e “A Neve Preta”, publicadas no jornal A Capital no final dos anos 60 e que hoje podem ser lidas mais comodamente no volume Deste Mundo e do Outro. A junção delas (que de certa maneira é também fusão) aconteceu em 1995 e teve como destino uma revista espanhola entretanto desaparecida. Relidas hoje, novamente refeitas, estas velhas crónicas perguntam se o muro branco ainda lá está e se ainda há quem tenha de continuar a pintar a neve com tinta preta. Por mim, acho que sim. Quem dera que sejam muitos os que tenham razões para pensar que não.