Um texto do escritor colombiano Héctor Abad Faciolince sobre o "Alabardas, alabardas, Espingardas, espingardas"
Via Facebook da Fundação José Saramago
Via página do autor,
"A un verdadero escritor no lo calla ni la muerte, y menos a los portugueses -recuérdese a Pessoa, prácticamente inédito en vida-, que parecen seguir susurrándonos al oído incluso después de muertos. José Saramago dejó una novela incompleta, Alabardas, y de ella acaban de publicarse los primeros tres capítulos, los únicos que pudo terminar. Aun siendo una obra inacabada, el solo planteamiento anuncia que iba a ser una de sus grandes novelas alegóricas. El dilema que esboza es uno de los más hondos a los que el ser humano se enfrenta: ¿haremos lo que debemos hacer o solamente lo que nos conviene?
La última batalla de José Saramago no fue contra la enfermedad sino contra la industria de armamentos. El origen de un libro, muchas veces, es una idea vaga, una voz que pregunta: ¿por qué los obreros que fabrican bombas, cañones, metralletas, tanques, no hacen nunca huelga? ¿Por qué no se rebelan los empleados de las empresas de armamentos? ¿De dónde sacaron valor los obreros portugueses, que sabotearon algunas armas que se iban a usar para bombardear a los republicanos en la Guerra Civil Española?
Saramago es, sin duda, el arquetipo del escritor comprometido: hablaba, reflexionaba, escribía sobre los acontecimientos de nuestro tiempo. Cuando mejor lo hacía no nos propinaba un sermón laico, una perorata moralista, sino que usaba el arma preferida por cierto tipo de escritores excelsos -Chuang Tzu, La Fontaine, Voltaire-: el apólogo, la fábula, la alegoría. La idea, en este género literario, no se presenta de un modo teórico sino humano, traducida a una situación cotidiana. En el caso de Alabardas el dilema se plantea entre el deber (y el amor, pues la esposa del protagonista es pacifista y lo abandona por su complicidad con la industria de la muerte) y la conveniencia.
La primera impresión que tuve al terminar esas pocas decenas de páginas (87 en la generosa edición de Alfaguara) fue una gran punzada de tristeza. Esto podrá parecer extraño, pues este principio de novela no tiene para nada un estilo melancólico de despedida. Al contrario: la prosa es al mismo tiempo dura y juguetona, seca, rabiosa y divertida. Todo lo contrario de la tristeza. Pero la situación sí produce tristeza. Pesar por lo que la novela iba camino de ser: una gran historia de política y de amor que, de repente -por la edad y la sangre y la maldita muerte- no pudo terminarse. Pesar por lo que pudo haber sido y ya no será nunca.
Porque la gran incógnita es cómo iba a resolver Saramago el dilema planteado en las primeras páginas. Un libro inacabado es, más que ningún otro, una “obra abierta”. No sabemos cuál va a ser el comportamiento final del protagonista, Artur Paz Semedo, el contable de la empresa de armamentos Balona S.A. La pregunta que pesa sobre él, y sobre el desenlace del libro, es la misma que pesa sobre todos nosotros: cómo vamos a portarnos si la vida nos pone frente a una encrucijada moral que nos definirá como personas: ¿seremos valientes o cómplices, víctimas o verdugos?
Dos textos más acompañan los capítulos y las notas de trabajo de Alabardas. Uno erudito, y muy útil, de Fernando Gómez Aguilera, que enmarca la novela inacabada dentro de la obra completa de Saramago; otro, eficaz, de Roberto Saviano. Este último parece predecir para el protagonista un destino heroico. Por las notas, a mí, no me parece que ese fuera a ser el desenlace del libro. Creo que las huellas que don José nos dejó marcadas, señalan un camino distinto: hay algo oscuro y perverso en quienes se dedican a ese oficio cínico y lucrativo de vender armas. Según las páginas del libro la verdadera esperanza está en la mujer del protagonista, Felicia. Esta mujer con carácter -que de algún modo se me parece a Pilar del Río- será quien tal vez nos ayude a conseguir un mundo donde no haya guerras y donde quienes comercian con ellas no tengan que ser definidos con el adjetivo “despreciables”, sino con otro más manso y discreto: superfluos."