"Veinte años después del Nobel, aparece en un disco duro de un ordenador el sexto 'Cuaderno de Lanzarote', que reúne las anotaciones del escritor el año del galardón"
Crónica de Mercedes de Pablos, publicada no "Crónica Global" de Barcelona, 19/11/2018
"Incrédulo impenitente como era, Saramago torcería (levemente, que tampoco era un gesticulador acalorado) el gesto si oyera o leyera alguna relación de su vida y obra con los números o demás sortilegios. Pero el caso es que los números bailan en la vida del Nobel portugués y hay cierta fascinación en su biografía por las horas, los años y sus tiempos. En su casa de Lanzarote (hoy museo visitable y a la vez habitado) los relojes marcan la hora en la que conoció a su mujer y traductora Pilar del Río, las cuatro de la tarde, y esta cifra exacta que son los veinte años ha marcado una efeméride, dos décadas de la concesión del único Nobel en lengua portuguesa, para un hallazgo que más que de chistera mágica emergió de un disco duro y de las frías tripas de un ordenador.
Veinte años exactos después del Nobel, en el viejo ordenador de mesa, que forma parte hoy casi del mobiliario de su biblioteca, Pilar y el escritor y director de la Fundación Cesar Manrique, Fernando Gómez Aguilera, descubrieron que bajo la carpeta Cuadernos además de los ya publicados cinco Cuadernos de Lanzarote (diarios del escritor donde aparecen pensamientos, escritos y confesiones) había silente un sexto, el del año 98. Precisamente el cuaderno del año en que su vida cambió porque su agenda se vio multiplicada por cien mil anotaciones."
"El mismo Saramago en los primeros meses del aquel 1998 dejó dicho y escrito que andaba en esa escritura, pero luego vino el tsunami desde Estocolmo y lo que había sido un anuncio se convirtió apenas en un recuerdo. “Mi palabra ahora es más útil y eso me compromete aún más” dijo en la primavera del 99 cuando alguien le preguntó qué había cambiado de verdad en su vida después del galardón más importante del mundo.
Nada más cierto. Muchas veces se ha dicho que el portugués más que un Nobel de literatura, que lo es y con todos los merecimientos, ejerció de Nobel de la Paz porque no ha habido causa humanitaria ni digna en la que no se haya mojado los pies, las manos y la boca, muy especialmente. No en vano en el discurso de la cena del Nobel (no en el de la Academia sueca, aquella pieza tan bella que Saramago dedicó a su abuelo, el hombre que no sabía leer y del que había aprendido todo y que se nos rescata en este Cuaderno) el escritor habló del cincuenta aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, otra vez un número redondo, otra vez la oportunidad de aprovechar unas fechas para hablar de los valores y de los compromisos.
Un compromiso que le llevó a viajar por todo el planeta y que, sin embargo, no lo alejó de su literatura. Algunos de los más bellos y rotundos libros fueron escritos después del Nobel: La Caverna, El Hombre Duplicado, Ensayo sobre la Lucidez, Las Intermitencias de la Muerte o ese brillante Caín, que a punto estuvo de convertirse en póstumo.
Entre una cosa y la otra El Cuaderno del año del Nobel fue olvidándose. Lo olvidó el escritor y lo olvidaron sus editores y su traductora y compañera. A su muerte, hace ahora diez años, de nuevo una cifra redonda, se revisaron manuscritos y apuntes, el mismo Gómez Aguilera, comisario de la muestra La consistencia de los sueños, buscó y rebuscó en papeles y anotaciones. Se publicó una obra de juventud, también los tres capítulos de la novela en la que andaba aun enfermo (Claraboya y Alabardas), se editaron los artículos que diariamente escribía en su blog de la Fundación, bloguero de lujo, bloguero sin pelos en la lengua, bloguero generoso. Pero los cuadernos del 98 no aparecieron porque andaban emboscados en un genérico, andaban travestidos de obra ya conclusa editada y leída, andaban esperando la magia del 20 para que vieran la luz precisamente ahora.
La editorial ha celebrado este azar con la edición de otro libro firmado por Ricardo Viel sobre precisamente el aniversario del Nobel y lo que en esas fechas se vivió, se contó, se escribió. Y Saramago vuelve a estar tremendamente vivo en esas páginas en las que vuelca opiniones y reflexiones con esa punta de acidez y sarcasmo que, curiosamente, le protegían de la ira o del muy hispánico cabreo.
Usa el humor, ese estilete tan elegante, para hablar de su tremendo desencuentro con la derecha gubernamental de su país: por ejemplo, un instituto de Mafra (escenario de Memorial del Convento) propone adoptar su nombre y el ministro Do Santos lo veta: “Odio viejo no cansa: no se cansará su odio pero mi desprecio tampoco”.
O cuando regaña, y casi se le oye sonreír, a sus paisanos que critican el regalo del gobierno español de un cuadro de Felipe II con motivo de la Expo de Lisboa, olvidando que Portugal, en la Expo del 92 de Sevilla, obsequió un lienzo sobre la batalla de Aljubarrota: “El ridículo no es una enfermedad mortal pero aquí en casa parece haberse vuelto incurable”.
El año 98 comienza con Saramago, como escribe el 1 de enero, intentando salvar un árbol de su jardín de una terrible ventolera nocturna y acaba el 14 de Enero del 99 con el Nobel agachado ignominiosamente en la planta de caballeros de El Corte Ingles de Madrid comprando calcetines.
Mientras, un año da para muchos artículos, muchas conversaciones, muchas confidencias en ese tono suyo tan escueto y profundo a la vez. Y para alguna contradicción que hace que el lector, que lee desde su presente aquel pasado, se regocije: “Juro por los dioses de todos los cielos y olimpos que nadie tocará Ensayo sobre la ceguera”. Habla el Nobel de una posible versión cinematográfica. Diez años después, en 2008, el escritor se emocionaría con la maravillosa versión (Blindnees) filmada por Fernando Meirelles y protagonizada entre otros por Marck Ruffalo y Julianne Moore. Afortunadamente en este caso y como una rareza en su brutal coherencia el Nobel se desdijo. Porque veinte años no es nada y es todo. Porque hay voces que nacieron para la eternidad."
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