Recuperação de um texto, da revista "El Ciervo", edição de Julho/Agosto de 2010.
Pode ser consultada e lida, aqui
em http://www.elciervo.es/index.php/archivo/3078-2010/numero-712-713/834-alias_920
Capa da edição #712/713 (Julho/Agosto de 2010)
«Aquí yace José Saramago, indignado», Francesc Ponsa
"Un amigo me guardaba todas las noticias publicadas en la prensa que hablaban de José Saramago. El día de la muerte del escritor portugués, me vino a la cabeza un recorte de una revista hispanoamericana que mi amigo sacó de un viaje y que citaba una frase del escritor: “Cuando me muera, quiero que pongan en la lápida ‘Aquí yace José Saramago, indignado’. Primero, por estar muerto. Segundo, por no haber hecho todo lo que debía hacer”. Estas palabras muestran el carácter vitalista y inconformista del primer Nobel de las letras portuguesas. Saramago esperaba la muerte pacientemente. Nunca rehuía hablar de ella. Al contrario. De hecho, en dos de sus obras aparece explícitamente en el título: El año de la muerte de Ricardo Reis y Las intermitencias de la muerte. Recuerdo un pasaje de sus Cuadernos de Lanzarote I (1993– 1995) donde reflexionaba sobre la felicidad y el paso del tiempo: “Estar sentado frente al mar. Pensar que ya no quedan muchos años de vida. Comprender que la felicidad es apenas una cuestión personal, que el mundo, ése, no será feliz nunca. Recordar lo que se hizo y parecer tan poco. Decir: ‘Si tuviese más tiempo…’ y encoger los hombros con ironía porque son palabras insensatas. Mirar la piedra volcánica que está en mitad del jardín, bruta, áspera y negra, y pensar que es un buen sitio para no pensar en nada más. Debajo de ella, claro”.
Mi aproximación a la obra de Saramago fue completamente azarosa. Buscando recepciones actuales del mito de la caverna de Platón para mi proyecto de final de carrera topé con la novela La caverna. Hasta ese momento, la única referencia que tenía del escritor portugués era aquella leyenda urbana atribuida a Esperanza Aguirre, en aquel entonces ministra de Educación y Ciencia, que decía así: “Sara Mago, fantástica escritora”.
Cuando empecé a leer La caverna accedí a una literatura diferente que tenía un estilo revolucionario de escritura, sin puntos y aparte, donde la voz del narrador se mezclaba con la de los personajes y con el propio lector. Justo cuando acabé de leer La caverna, Saramago publicó la novela Ensayo sobre la lucidez. Rápidamente la leí. Seguidamente, para comprender la evolución de los personajes, leí Ensayo sobre la ceguera; una historia claustrofóbica pero amargamente bella y sensible. Sin duda, una auténtica obra de arte.
A partir de ese momento, leí otras de sus obras, también de gran calidad, y descubrí que en todas ellas se repetía una dicotomía metafórica entre “ceguera” y “lucidez”. Es decir: entre las sombras de la caverna y la luz de la realidad. Esta constante también la vi en la crítica al capitalismo que Saramago explicitaba en entrevistas, en conferencias y en todo tipo de actos públicos. Aproveché este hallazgo intelectual para situar el estudio de la obra de Saramago en el centro de mi investigación doctoral.
Así fue como me introduje en su particular universo. Leí y leí su prosa, su teatro, su poesía y sus crónicas periodísticas publicadas en el Diario de Lisboa. Analicé sus opiniones en los medios de comunicación. Me entrevisté con otras personas que también estudiaban la obra de Saramago.
Recuerdo una breve estancia en Sevilla para charlar con José Joaquín Parra Bañón, un arquitecto sevillano que acababa de publicar una tesis doctoral sobre el pensamiento arquitectónico del Nobel portugués. Motivado por Parra, meses más tarde emprendía un viaje en coche a Portugal para conocer Azinhaga, el pueblo que vio nacer a Saramago. Lo primero que se ve al llegar a Azinhaga es un gran local del Partido Comunista. Allí comprendí cómo la infancia y los orígenes nutren el compromiso, la literatura y la vida. De hecho, la autobiografía de José Saramago titulada Las pequeñas memorias sólo alcanza hasta los doce años porque el escritor considera que la infancia es la que marca la trayectoria de una persona y todo lo demás es consecuencia de ella. En este sentido, Saramago dijo en diversas ocasiones que el niño que fue es el hombre que es. Por este motivo, nunca ha perdido de vista sus orígenes humildes, como demuestra la frase con la que arrancó el discurso de aceptación del Premio Nobel en 1998: “El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir”. Se refería a su abuelo, Jerónimo Melrinho; alma y espejo de muchos de los personajes populares de las primeras novelas de Saramago.
A diferencia de su abuelo, Saramago fue a la escuela. Primero en Azinhaga y luego en Lisboa, dónde estudió de cerrajero en una escuela mecánica. Por la noche acudía a una biblioteca para leer a Kafka, Gogol, Marx, Pessoa, Camões. Paradójicamente, no pasó por la universidad pero fue nombrado honoris causa por diferentes instituciones académicas. Su capacidad autodidacta es otra de las características esenciales del Saramago que más admiro. En palabras de Carlos Reis, el “tránsito de la imposibilidad aparente a la posibilidad irrestricta”. Esta posibilidad ilimitada reside hoy, latente, en su obra y en la fundación que lleva su nombre. Esta última trabaja incansablemente a favor de los derechos humanos y en contra de todas las injusticias. Este es el legado de Saramago que nos compromete como lectores y ciudadanos libres. Saramago: intelectual comprometido, autodidacta y comunista militante; descansa en paz bajo esa piedra volcánica."
Sem comentários:
Enviar um comentário